Si el sol dice que te desenamoras;
si dice que te olvide, vida mía,
maldigo cada día
y maldigo el correr de las horas.
El diablo me visita y, cada noche,
marchita este jardín con su anarquía,
y en mala compañía
me deja a mí, conmigo, a solas.
Regalé mi alma imperecedera.
¿Para qué? Para que nunca más me duela.
Y ahora, ¿qué? Ahora coloco las aceras;
"al fondo de la calle, jefe, queda un sitio"
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